miércoles, 10 de septiembre de 2014

El último habitante

  Hace unos años me topé con un vídeo de "Los Tipitos" donde se veía un paisaje desolador, apocalíptico, más propio de una película de terror que de la vida real. Sorpresa la mía al enterarme de que ese lugar era real, que existía. Despertó en mi una intriga que me sacó de la silla y me llevó hasta allá. Motivado, con el mate bajo el brazo y la compañía de un amigo que aceptó hacer de compañero de ruta, partí rumbo a Villa Epecuén, una ciudad que su destino cambió de la noche a la mañana.


  Villa Epecuén parece salido de un cuento de fantasías; un mundo de ficción, trágico si, pero irreal. Pareciera que al mundo lo domina la tragedia. Cuesta imaginar como un pueblo, con su historia, con su identidad, con su gente, con su vida, en tan poco tiempo pueda reducirse a la nada. Porque eso fue lo que pasó ahi. Un día una sudestada desmoronó un terraplen y el agua se lo devoró todo. Se llevó los recuerdos, los lugares, las historias. Todo.
  Mientras caminaba las calles, bajo un cielo gris, veía a otra gente que se había acercado al lugar. No era mucha. Una familia daba vueltas entre las ruinas de edificaciones venidas abajo, algunos jóvenes que, según me dijeron, estaban ahi haciendo un proyecto para la facultad y no mucho más. Pero había un hombre grande, con la compañía solitaria de su perro, sentado sobre lo que parecía que alguna vez fue una vidriera, y que ahora solo eran un edificio lleno de escombros; una ventana hacia la nada. Estuve tentado a acercarme para hablar con él pero uno de los chicos que estaba con el proyecto de la facultad le estaba dando conversación, así que decidí seguir con mi recorrida por lo que en definitiva es el futuro trágico de un pueblo del pasado. Al señor no lo vi más.
  Al volver a mi casa, buscando por internet, me encontré con montones de notas sobre Epecuén y ese señor. Con poner en google el nombre de la villa aparece una lista interminable de artículos sobre el tema. El hombre se llama Pablo Novak, alguien que decidió seguir firme en su lugar frente al drama. Mientras todo el pueblo se trasladó a Carhué, él se quedó. El 18 de julio de 2011 La Nación publicó una nota, donde entrevistan a Pablo y al "Vasco" Rúa, un señor que técnicamente no vive en Epecuén, pero que está prácticamente ahí pues vive detrás de un museo, el cuál se ubica donde en el pasado funcionaba la estación de tren. 
  "Mientras pueda andar me quedo - le dice Novak a Mario Sagaste, el periodista de La Nación que escribió el artículo- En la ciudad que voy a hacer. Sentarme atrás del televisor. Acá hacho leña; tengo los recuerdos y los animales". Ese es Novak, el último habitante de Epecuén, por definirlo de algún modo. En 2015 se van a cumplir 30 años de la inundación que puso fin a la historia de un pueblo entero; pero mientras ese pueblo tenga su habitante, mientras Novak siga caminando sus calles, Villa Epecuén sigue viva. En las cercanías del acceso hay un monumento que reza "La llama de la esperanza no se apagará jamás".      



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